LA BATALLA DE LOS HELVECIOS
escrito por Jorge M. Bernad
Principios del verano del 58 a.C., La Galia
Cerca del río Arar (Saona)
I
Una
columna de soldados romanos avanzaba silenciosamente en medio de la
oscuridad. La cañada por la que marchaban en fila de a dos había sido
reconocida por los exploradores del ejército de César a última hora de
la tarde. Detectaron que los helvecios habían parado a escasos
kilómetros del lugar escogido para levantar el campamento romano y se
preparaban para pasar la noche en una llanura al pie de una colina.
Volvieron para informar a César de inmediato.
Ésta
era precisamente la oportunidad que estaba esperando César, procónsul
de Roma para las provincias de la Galia Cisalpina, la Galia Transalpina y
el Ilírico por un período de cinco años. Llevaba varios días siguiendo a
estas gentes que habían incendiado sus ciudades y abandonado sus
tierras para asentarse en otras mejores. Habían optado por atravesar la
provincia romana en su camino y Roma, o César, no lo iba a consentir.
Desde el punto de vista romano, eso pondría en peligro el statu quo de
su flanco norte. El plan de César era arriesgado, pero simple. Podía
hacerse. Todo dependía del éxito o fracaso de la marcha nocturna que
dirigiría su mano derecha y segundo al mando, Tito Labieno, con dos
legiones para tomar la colina que dominaba la llanura. Así estaría
preparado y en buena posición para atacar a los helvecios por el flanco
cuando César los atacara con el grueso del ejército al amanecer. Las
órdenes eran que Labieno permaneciera en la colina, a la espera, hasta
que César atacara con sus fuerzas.
Los
hombres de Labieno marchaban en silencio tal como se lo habían
ordenado. Entre ellos se encontraba Tito Macio. Este muchacho de poco
más de veinte años llevaba poco tiempo en el ejército de César destinado
en la Galia, pero eso no quería decir que fuera un novato. Era un evocatus:
un reenganchado. Había participado en otras campañas ya y sabía de qué
iba la vida castrense. Tampoco tenía otra opción sin embargo. Había
emigrado del campo a Roma como tantos otros para poder sobrevivir
aspirando a una vida mejor en la gran capital. Pero cuando llegó incluso
añoró la anterior vida de miserias en su pueblo natal lleno de
especuladores y terratenientes que no atendían personalmente sus recién
adquiridas tierras. La única opción para él, y otros como él, fue servir
en el ejército con la esperanza de obtener botín en las campañas y
tierras a su regreso, una vez concluido el servicio militar. Si es que
volvía. Él hubiera preferido marchar a Asia en vez de a las Galias, pero
eso es otra historia.
Los
soldados de la columna avanzaban con cierta soltura a pesar de la
oscuridad ya que les guiaban los mismos exploradores que habían
descubierto la ruta en las horas crepusculares. Tenían órdenes de
avanzar en completo silencio y para ello no habían retirado las
protecciones de cuero de los escudos ni de los cascos. Además cualquier
reflejo podía ser fatal, tanto como un tintineo de metal a distancia.
También habían forrado con trapos todos los elementos metálicos del
equipo e intentaban caminar sin hacer crujir la tierra que pisaban
parando cada poco tiempo. Así evitaban chocar también con las columnas
que los seguían y que les precedían.
A
las pocas horas comenzaron a notar bajo sus pies la pendiente de la
colina y a ascender. Habían conseguido llegar a su objetivo sin ser
detectados o, por lo menos, eso era lo que pensaban.
II
Poco antes del amanecer, César se acercó una vez más al puesto de guardia de la puerta praetoria, que daba al norte, para comprobar de nuevo que todo seguía en calma.
- - ¿alguna novedad, soldado?
- - ¡No, general! Todo en calma.
- - Seguid alerta.
- - ¡Señor! –el legionario saludó golpeando marcialmente la cota de malla y prosiguió su paseo por el cursum, el paseo habilitado tras la empalizada.
César, en cambio, se dirigió a la tienda del praetorium,
más grande y destinada al estado mayor, siguiendo la avenida principal
flanqueada por rectángulos de tiendas, hacia el centro del campamento.
Cuando llegó allí, levantó la lona de la entrada y se introdujo en ella.
Un olor a cuero curtido, sudor y humo de las teas le golpearon de lleno
y a su vez se convirtió en el blanco de las miradas de todos los que le
aguardaban.
- - Los hombres están inquietos, César –dijo el centurión primus pilus de la legio X, el centurión de más alto rango de dicha legión.
- - Los he visto, Marco. Aún no somos conscientes de lo que somos capaces de hacer. Ordena que formen, sin cornices,
de viva voz, que pasen las órdenes. Los demás sonidos, como de
costumbre. No quiero que los helvecios puedan percibir nada raro.
- - ¡Sí, César! –el veterano centurión, salió enseguida de la tienda para cumplir su mandato.
- - Bien,
caballeros –prosiguió César, apoyándose sobre un cajón con arena
humedecida alrededor del cual se arremolinaron los oficiales del estado
mayor para discutir la táctica a seguir –a estas horas Labieno habrá
tomado la colina y nos estará aguardando. El orden de marcha para hoy
será el siguiente: la décima legión ira en vanguardia precedida de la
caballería y de los exploradores. A continuación irán las demás según la
costumbre. La undécima y duodécima levantarán el campamento y marcharán
con los bagajes. Nos aproximaremos al enemigo desde el sudoeste…
III
Anco
Rubro, soldado de la décima legión, estaba terminando de desayunar con
sus siete compañeros de tienda a poca distancia de la avenida principal
o cardo máximo del campamento –eje norte-sur –cuando vio pasar
a su comandante en jefe, el tal Gayo Julio César, y lo siguió con la
mirada hasta que las demás tiendas y soldados lo permitieron.
- - Reunión
de pastores, oveja muerta –murmuró sin dejar de masticar las judías con
cecina rancia y el escaso trozo de pan duro que aún le quedaba.
- - ¿Y
tú qué sabes? –respondió Tito Macco –Siempre con tus corazonadas. Éste
parece competente. He oído decir que es buen comandante. En Hispania lo
hizo bien. Hasta se ganó el triunfo.
- - Yo
no digo nada, pero el primer combate que hemos tenido contra estos
bárbaros lo hemos perdido. Esto me huele mal. Para seguir a unos
bárbaros galos no hace falta ordenar a dos legiones una marcha nocturna.
- - ¿Habéis
oído al augur, muchachos? –Tito Macco soltó una estruendosa carcajada
–Esta mañana Anco ha escrutado su mierda y nos pronostica la muerte a
todos. El comandante sabrá lo que hace. Llevamos días siguiendo a la
columna helvecia y no ha pasado nada. ¿Por qué iba a pasar ahora, dime?
A
Rubro le empezaron a llover tantas collejas de sus compañeros que se
tuvo que poner serio y hacer amago de levantarse para devolver los
golpes.
- - ¡Idos
a los cuervos todos! Contéstame tú mejor Macco, ¿por qué, si piensas
que lo que digo son tonterías, te has espantado los malos espíritus?
- - No me gusta estar a malas con los dioses –respondió cortante.
- - Sin
embargo, se nos está acabando el trigo y el forraje para los animales
–dijo Domicio Graco – ¿Dónde están los suministros que nos iban a mandar
los eduos? No podremos seguirlos mucho más tiempo.
- - Puedes preguntárselo al primus pilus,
por ahí viene –dijo Macco – ¡Ateeeen…ción! –los ocho soldados se
levantaron enseguida y se cuadraron aún con los cuencos de madera en las
manos.
- - ¡A formar! ¡soldados! ¡Sólo agua y equipo! ¡Pasen la orden!
IV
Una
hora después, tres desde la salida de la fuerza de Tito Labieno, César
sale del campamento con las restantes cuatro legiones para atacar al
enemigo siguiendo la misma ruta que había seguido su segundo al mando
antes. Cuando faltaba algo más de dos kilómetros para alcanzar el
campamento enemigo, Considio, al mando de la vanguardia, se presenta
ante César.
- - ¡César! ¡Un jinete!
- - Lo
veo –César levanta el brazo con la mano extendida –¡aaal…to! –la
columna se detuvo con el consecuente eco a lo largo de toda la fila-.
- - ¡Salve César! –dijo Considio frenando en seco su caballo al lado del comandante-.
- - ¡Salve Considio! Informa.
- - ¡Una
catástrofe, César! –dijo, sin poder evitar que el caballo, nervioso
también, caracoleara y tuviera que volverse una y otra vez a mirar al
comandante en jefe – ¡Los helvecios han tomado la colina asignada a
Labieno!
- - ¿Estás seguro de eso?
- - ¡Sí, César! Yo mismo he visto sus estandartes y armas.
- - Está
bien. ¡Considio! Regresa a tu puesto. Cubrirás la retirada con la
caballería a la altiplanicie más próxima: allí. - César señaló una loma
situada no muy lejos de la posición en la que se encontraban-. ¡Legados y
tribunos! A la colina. ¡Rápido!
Mientras
decía esto se bajó del caballo y observó las maniobras de las cohortes
en retirada a la colina a paso ligero. Era una forma de decir a los
hombres que no cundiera el pánico y mantuvieran el orden en las filas
- - ¡Marco Antonio! –era el segundo al mando cuando no estaba cerca Labieno-.
- - ¡Imperator!
- - ¡Envía patrullas! Que encuentren al enemigo, pero sobre todo, que encuentren a Labieno. Quiero saber lo que ha pasado.
V
Mientras
tanto, a dos kilómetros de distancia, en la colina que dominaba el
campamento de los helvecios, las dos legiones al mando de Tito Labieno
montaban guardia a la espera de la llegada de su comandante en jefe.
- - ¿Todavía nada? –preguntó Labieno al centurión de mayor grado que le asistía.
- - Ni una señal –contestó el centurión primus pilus de la novena.
- - Es extraño, deberían estar aquí ya.
- - ¿Mando más patrullas, señor?
- - No, tenemos órdenes de esperar. Atacaremos cuando César llegue.
En ese momento llegó un tribuno para informar.
- - ¡Salve Legado!
- - ¿Qué sucede? –contestó Labieno-.
- - Movimiento en el campamento enemigo, Señor. Se marchan.
- - ¡Por
Hércules! Dónde infiernos se habrá metido ¡Atentos! ¡Aguardad mis
órdenes! –los soldados, al oír esto, unos se levantaron del suelo y
otros dejaron de apoyarse en los pesados, grandes y ovalados escudos y
dieron un par de saltos en el terreno para desentumecerse e intentar
entrar en calor. Comenzaron a retirar las sobreprotecciones de cuero a
escudos y cascos y a colocar los penachos de plumas.
VI
Bien
entrada ya la mañana, llegaron de vuelta las últimas patrullas a la
posición de César para informar de que efectivamente era Labieno el que
estaba situado en la cumbre de la colina indicada, pero que el enemigo
había levantado el campamento ya y se disponía a marchar como todos los
días prosiguiendo su camino.
- - Hemos
perdido una magnífica oportunidad de acabar con el enemigo –dijo César
–. Que Considio se presente en mi tienda al anochecer. Ahora que vuelvan
a formar los hombres. El orden de marcha habitual. Proseguiremos la
marcha hasta enlazar con las tropas de Labieno. En cuanto enlacemos con
ellos, los perseguiremos unas millas más y regresaremos para
reabastecernos mañana. ¿La ciudad más próxima es Bibracte, no es así,
Antonio?
- - Sí, César. A unos 25 km –se apresuró a contestar Marco Antonio, ya que percibía la calmada ira del comandante en jefe.
- - Bien pues. Andando.
Las
legiones siguieron a los helvecios el resto del día como de costumbre
dejando un espacio de diez kilómetros entre ambos. A la mañana
siguiente, los romanos levantaron el campamento y se dirigieron a la
cercana ciudad edua de Bibracte, un núcleo comercial importante en la
zona y donde a los legionarios se les repartiría el trigo en el plazo
estimado, proporcionado por los aliados de la República. Como era
costumbre, los exploradores y la caballería abrían la marcha. A
continuación avanzaba César al frente de los legionarios, unas veces a
pie y otras, si había algún incidente o se dirigía a pedir informes a
alguna unidad o dictaba cartas, a caballo. Dando ejemplo siempre a los
hombres de que no por ser el comandante en jefe iba a dejar de hacer él
mismo lo que les pedía a ellos. Esa táctica ya la había empleado su tío
político Mario antes y daba resultado.
VII
Las
dos últimas legiones, la undécima y duodécima, reclutadas para esta
campaña en la provincia avanzaban en último lugar, cubriendo la
retaguardia y protegiendo la impedimenta. Todavía eran bisoñas y César
no confiaba del todo en su capacidad de combate.
Los contubernales de
Sexto Flamino se encontraban al final de la columna esa mañana. Eran
legionarios de la duodécima y cubrían la retaguardia de la marcha.
- - ¡Bien,
muchachos, de vuelta a la civilización! ¡Y recibiremos las raciones!
–dijo el joven Flamino alegremente a sus compañeros de marcha y de
tienda, pues marchaban y formaban juntos para facilitar el
reconocimiento del puesto de combate en caso de ataque repentino. Cada
legionario tenía un puesto asignado –me está gustando esto de guerrear.
- - ¿A un poblado de bárbaros llamas tú civilización? –respondió Décimo Valerio-.
- - Bueno, no todo va a ser la capital.
- - Y
claro que te está gustando guerrear, aún no hemos entrado en combate.
Sólo procuramos que los carros con la comida no pierdan el ritmo,
reparamos ruedas, cavamos zanjas, en fin, todo muy marcial y muy útil a
la República y a la patria –se oyó una risotada-.
- - Podría ser peor –era Lucrecio Ancer-.
- - ¿Peor? –le contestó Valerio – ¿cómo podría ser peor?
- - Podría
llover o podríamos… -la conversación acabó ahí mismo porque a Ancer le
atravesaba la garganta una flecha de lado a lado. Se llevó la mano a la
garganta tirando al suelo la furca con el equipo, pero ya era tarde. Se derrumbó.
- - ¡Emboscada! –retumbó una voz como un trueno en las filas.
- - ¡Atentos soldados! ¡Undique, servate! –el
primer centurión de la décima cohorte de la XII ya estaba haciéndose
cargo de la situación y dando órdenes – ¡Soldado! –le apuntó con su vitis- ¡Informa a César! ¡Rápido, pide refuerzos!
Lucrecio estaba en lo cierto, pensaba Valerio, mientras tiraba la furca y
formaba en un rectángulo. Aunque eran novatos, la instrucción daba sus
frutos y la reacción a la orden era mecánica. Los cuatrocientos ochenta
hombres de cada cohorte formaron cuadros de ochenta por centuria. Los
soldados del exterior presentaban sus grandes escudos como un muro,
mientras que los de la segunda fila les protegían con los suyos por
encima de las cabezas. Desde la barrera protectora de madera ribeteada
de hierro entre escudo y escudo miraba Valerio el cuerpo de su
compañero. Empezaron a oír y sentir los golpes de astas y piedras en los
escudos.
- - ¡Caballería! –gritó alguien-.
- - ¡No os mováis! –contrarrestó el centurión-. ¡Pila, parati! –
los soldados que se encontraban en el interior de la formación abrieron
un poco el espacio para tener sitio y cambiaron la posición de sujeción
de la muñeca, listos para lanzarlas. Mientras, los centuriones de las
respectivas cohortes se movían entre los grupos.- ¡Preparaos! ¡Aquí
vienen!
La
caballería se les echó encima y empezó a dar vueltas por los distintos
grupos, lanzando espadazos y tirando jabalinas. Daban un par de vueltas y
después se retiraban. Cuando se retiraban, volvía la lluvia de dardos y
piedras. Cuando se retiraban, los romanos levantaban los escudos del
suelo y, en formación, retrocedían muy despacio hasta la siguiente
envestida enemiga.
Así
aguantaron hasta que llegaron los refuerzos de la cabeza de la columna.
César mandaba a los auxiliares y a parte de la caballería, a los
aliados galos, para frenar a los helvecios y liberar presión sobre las
legiones novatas, permitiendo que se retiraran con mayor rapidez.
Flamino
estaba impresionado de verse en medio de su primer combate, su
compañero de tienda había dejado de existir hacía unos momentos, la
tensión lo tenía petrificado, los oídos le zumbaban y oía todo
amortiguadamente.
- - ¡Flamino! ¡Por Hércules! ¡En formación! –le gritó el centurión Tercio Camilo.
El
mundo se había vuelto loco. Al chocar galos contra galos, lo único que
diferenciaba aliados de enemigos era la pintura de sus caras, que hacían
dibujos y colores diferentes. Tras esa barrera protectora los soldados
de la XII formaron de nuevo en columna de a cuatro y con los centuriones
sin dejar de moverse, atentos a cualquier amenaza, a paso ligero
trotaron hacia la cabecera de la columna. Los bagajes que iban delante
de ellos, y a los que habían protegido, ya no estaban a la vista. Según
avanzaban, los oficiales de enlace les iban indicando la posición por
donde debían continuar.
VIII
César,
ante el repentino ataque, había ordenado que el ejército al completo
formara en la ladera de una colina cercana. Cuando la XI y la XII
llegaron allí, les asignaron la cima y les ordenaron fortificarla. Los
pertrechos ya estaban allí. Detrás de ellos llegaron los aliados galos. Y
detrás el enemigo. Las cuatro legiones veteranas formaron en triplex acies.
Entonces
los helvecios se tomaron un descanso. Habían repelido a la caballería
aliada romana. Estaban orgullosos de sí mismos. Colocaron sus carromatos
formando un círculo en su retaguardia con sus mujeres e hijos, que ya
se subían a ellos para contemplar mejor las acciones valerosas de sus
maridos y padres. Retiraron su caballería junto a los carros y ellos
empezaron a formar nutridos grupos de guerreros, semejantes en aspecto a
las falanges griegas. Se tomaron su tiempo, aunque no demasiado, pues
su enemigo se estaba retirando. Después de todo, no les habían atacado
el día anterior, y estaban convencidos de que era porque les temían.
Se
adelantaron un poco, ya en formación y empezaron a gritar cosas
incomprensibles y a entrechocar espadas y escudos. Las legiones formadas
en la colina ofrecían un aspecto increíble a la vez que pasivo.
- - ¿Por
qué no gritamos nosotros también? –le preguntó Valerio a Flamino
mientras cavaban y amontonaban tierra, detrás de ellos, en la cima de la
colina-.
- - No lo sé
- -¡Silencio!
–dijo el centurión cuando pasó delante de ellos-. Los soldados de Roma
no vociferan como escandalosas, se te quedan mirando fijamente a los
ojos y te destripan. ¡A trabajar!
En
el extremo derecho de la colina formaba la X legión, la posición de
honor, junto al comandante, tranquila y a la espera. Observando a los
helvecios que avanzaban y retrocedían como si fueran las olas del mar y
el rumor de la marea sus cánticos de guerra.
- -Tu augurio llega con un día de retraso, Rubro –susurró Macco-.
- -¡Cállate!
Los
demás sonrieron. En ese momento vieron a César bajar del caballo y
ordenar que se lo llevaran a la retaguardia junto con el de los demás
oficiales. Se situó delante de las filas con su capa roja de comandante y
comenzó a hablar.
- -¡Camaradas!
¡hermanos de armas! Nuestra oportunidad ha llegado –sus palabras las
repetían en un eco los centuriones a todas las filas-. Nosotros no hemos
empezado esta guerra, pero por Hércules que le pondremos fin. Ahí
delante tenéis a los que os quieren arrebatar vuestras tierras, matar a
vuestras familias y acabar con vuestra estirpe. ¿Se lo vais a permitir?
- - ¡No!
- - ¿Consentiréis que acaben con vuestro mundo?
- - ¡No!
- - ¡Luchad por Roma! ¡Luchad por vosotros!
- - ¡Preparados
para atacar! –las voces de los centuriones de todas las legiones se
repetían por toda la ladera, seguido del ruido metálico de las armas.
IX
Los
helvecios se percataron de ello y, tras unos breves gritos en rápida
sucesión, se lanzaron a la carrera entonando un himno guerrero y
empezaron a subir por la colina. En ese momento no notaron que eso fuera
una desventaja para ellos.
- -¡Pila, parati!
–resonó en las voces de los centuriones - ¡Esperad! – los helvecios se
acercaban cada vez más deprisa. Cuando estuvieron a una distancia de
unos diez o doce metros, bramó la orden.
- -¡Iacite! –gritaron los centuriones.
La primera fila de cuatro en fondo lanzó sus pila.
Algunos helvecios cayeron, los demás continuaron corriendo
impertérritos, pero muchos tuvieron que arrojar el escudo porque colgaba
de él una jabalina. Eso frenó por un momento la arremetida de los
bárbaros y fue en ese momento cuando los centuriones dieron la orden de
avanzar.
- - ¡Percute! –atronaron las gargantas.
La
línea se puso en movimiento al unísono y cargaron ladera abajo con las
espadas desenvainadas. Los helvecios los frenaron a su vez, pero al
desordenar su formación el impacto favoreció muchísimo más a los
romanos. Además, los helvecios combatían hacia arriba, un error táctico
devastador.
Tardaron
un rato y se envió a la segunda línea en refuerzo de la primera, pero
empezaron a retroceder. Primero individualmente, luego en grupos.
- - ¡State! - Los centuriones sacaron a las tropas de su frenesí.
Los cornices anunciaron
la orden. Las dos líneas pararon y dejaron marchar al enemigo.
Intentaron desentumecer los músculos de brazos y piernas. Se habían
alejado algo más de un kilómetro de sus líneas y estaban a poca
distancia de otra colina que se hallaba enfrente de la posición romana.
Anco Rubro apoyó su pesado escudo en el suelo y se limpió en el faldón la sangre de la espada y la mano derecha.
- - Todavía
vivos ¿eh, Macco? –dijo Rubro –Creo que no tengo futuro como augur – y
se echó a reír. Eso contagió al resto de compañeros que se encontraban
cerca.
- - Esto no ha acabado aún. Parece que se reagrupan – respondió Macco.
Tito Macco tenía razón. Los helvecios estaban viendo la llegada de los tulingios y los boyos desde la colina donde se habían refugiado. Estos dos grupos marchaban los últimos de todos y llegaban ahora al campo de batalla, apareciendo por el lado derecho de los cansados romanos, el lado que no estaba protegido por el escudo. Estas tropas enemigas frescas eran un problema nuevo para César.
Los cornices de
las dos filas adelantadas sonaron dando la alerta en cuanto vieron al
nuevo enemigo salir de entre los árboles. En ese momento avanzaban
también los helvecios con renovadas fuerzas.
X
César
iba a pie detrás de la primera línea de combate, así emanaba moral pero
mermaba muchísimo su movilidad en el campo de batalla. También los vio
llegar y, como sus hombres, estaba sorprendido, pues no había contado
con eso.
- - ¡Legado! –dijo mirando al que tenía a su izquierda -¡pide refuerzos a Marco Antonio! ¡Que lleve la tercera línea allí, ya!
Al poco tiempo, la tercera línea de cohortes de cada legión, que había seguido de lejos a las dos primeras, abandonaba la formación y se dirigía en oblicuo a paso ligero, dirigidos por Marco Antonio, hacia el flanco derecho romano, directos hacia los boyos y tulingios. Ahora los romanos luchaban en dos frentes simultáneamente y, en realidad, sin más reservas, pues los novatos sólo guardarían el campamento.
Tardaron, tardaron, a Macco le pareció una eternidad. Los golpes iban y venían. Avanzaban y retrocedían. La manera romana de combatir era relativamente simple: parar los golpes con el escudo, empujar y apuñalar, apuñalar, apuñalar. La barracuda de mil dientes. Se gritaban, paraban golpes con los escudos. Se protegían, se cubrían. Cuando alguien caía, otro, de las filas posteriores, ocupaba su puesto. Rubro empujó a Macco y le hizo esquivar un golpe de una espada larga que iba directo a su cabeza.
Tardaron, pero la línea helvecia empezó a ceder, cedían, estaban cediendo. Un legionario se adelantó y se metió en la línea enemiga. Otro le siguió. Ya eran tres. Y se rompieron.
-¡Cornices! ¡Llamad
a la caballería! ¡Preparados para perseguirlos! ¡avanzad a mi orden!
–comenzaron a clamar los centuriones cohorte por cohorte.
XI
En
el flanco derecho la lucha también se intensificó por un momento, pero
al romperse las filas de los helvecios y huir en desorden, los boyos y
tulingios también comenzaron a retroceder. En su caso, con más orden,
hacia los carros que habían colocado los helvecios en círculo. El punto
de reunión. Cuando los legionarios llegaron allí, los bárbaros
recobraron fuerzas, pero el desastre era inevitable ya, aunque los
romanos lo pagaron con más vidas.
La batalla por los carromatos fue como asaltar una ciudad fortificada. Llovían flechas desde las alturas, los emigrantes hicieron un desesperado intento ya no por no sucumbir ellos, sino por darle una oportunidad a sus familias. Las legiones los arrollaron. Muchos escaparon. El combate había durado desde el amanecer hasta bien entrada la noche.
César se mantuvo en el terreno los siguientes tres días para dar tiempo a enterrar a los muertos y curar a los heridos. Las tablillas con el número de muertos y heridos anunciaban que una gran batalla se había librado. Mandó también enseguida mensajes a todas las tribus de la zona con la amenaza de que, si los helvecios eran ayudados, automáticamente se declararían a esas tribus auxiliadoras enemigas del pueblo romano.
XII
Finalmente,
la columna romana se dirigió de nuevo a Bibracte, para completar su
abastecimiento y a los pocos días casi todos los emigrantes habían sido
entregados a los romanos. César los mandó de vuelta al lugar de donde
habían salido, a sus tierras, las cuales habían quemado ellos antes de
salir para infundirse valor en la realización de su empresa. Sin
embargo, César les obligó a regresar allí, pues una amenaza mucho mayor
se encontraba ya en las Galias y temía que aprovecharan ese espacio
vacío de terreno para expandirse aún todavía más: las tribus germanas.
EPÍLOGO
La
batalla de los helvecios, salvo pequeñas escaramuzas, es la primera
gran batalla a la que se enfrenta Julio César en las Galias. De hecho
también es su casus belli para intervenir allí, pues, por lo que
se deduce de sus diarios de campaña y de diversos autores modernos que
han dedicado mucho tiempo a estudiar su figura histórica y sus escritos,
su intención era la de empezar una campaña en los Balcanes, lugar al
que querrá dirigirse una y otra vez a lo largo de su vida, pero sin
conseguirlo nunca.
A pesar de que la intervención de los romanos en los asuntos de las Galias es discutible, ahora y por aquel entonces, los romanos se caracterizaron por la creación de una serie de estados aliados que, ante una amenaza, pararan antes el golpe, mientras ellos se movilizaban: estados cojín. Los helvecios ponían en riesgo con su presencia esas alianzas con esos estados dependientes que los romanos ya tenían en funcionamiento más allá de su provincia de la Galia Cisalpina.
A los romanos, en realidad, no les interesaba demasiado en ese momento la zona de las Galias, dejando aparte que protegerían a toda costa la ruta por tierra que iba por la costa de Italia a Hispania, pasando por la antigua colonia griega de Massilia (actual Marsella) y que crearon durante la guerra contra Aníbal.
Sin embargo, César necesitaba ganar prestigio y campañas para poder equipararse con su, por entonces amigo y potencial rival, Pompeyo el grande. El éxito en Roma era personal y no compartido.
Mi principal fuente para la redacción de este relato ha sido el propio comentario a las Guerras de las Galias que Julio César escribió de su propio puño y letra para dar a conocer su éxitos personales. Pero también las obras que le ha dedicado Adrian Goldsworthy, tanto la biografía como diversas monografías cuya lectura recomiendo encarecidamente (abajo dejo las referencias bibliográficas). Me ha servido además de mucha utilidad el manual Ludus militis para documentar las órdenes a los soldados en latín y la monografía de la Guerra de las Galias de Kate Guilliver en la colección Osprey guide to…
En cuanto a la batalla en sí, he optado por describirla de manera que las dos primeras filas (las dos primeras acies) que corresponderían a la denominación tradicional romana de hastati y principes, entren en combate más o menos a la vez: principes en apoyo de hastati. La tercera línea, los triarii, serían la reserva que se utiliza si algo va mal; mutatis mutandis la guardia imperial de Napoleón, sería un correlato similar. He preferido describir la batalla de tal manera que esa tercera línea (compuesta por los veteranos de los veteranos) es la que se enfrenta a la amenaza de boyos y tulingios, llevando un poco la contraria a Goldsworthy (2003: 222-223) cuando escribe lo siguiente:
“las
legiones separaron las cohortes de sus terceras líneas con la finalidad
de formar una tercera línea de combate para hacer frente a esa amenaza,
mientras que la primera y la segunda líneas ejercía presión sobre el
cuerpo principal del enemigo”
Creo que no queda muy clara la maniobra y coincido con un documental que podéis encontrar en youtube (ver infra) que presenta también el punto de vista que planteo. En cuanto a las dos legiones recién reclutadas, se quedan a cargo del campamento y no entrarían en combate a menos que el enemigo lo asaltara y por eso no cuentan como una reserva efectiva. A los romanos les gustaba entrar en combate sabiendo que tenían un lugar donde se pudieran refugiar si algo saliera mal. Aunque como dice Goldsworthy, no sabemos hasta qué punto se llevó a término esa tarea.
Por último, la figura de Publio Considio, que mete la pata y hace, según nos dice César que todo hay que decirlo, que la maniobra de Labieno finalmente fracase, desaparece y no sabemos que sucedió con él después. Sólo tenemos la versión de César y confiamos en lo que nos cuenta, pero, no obstante, hay que tener en cuenta que lo que escribe César es una historia que diga a sus conciudadanos lo que está haciendo. No vamos a entrar aquí a discutir si César tergiversó sus escritos con puro fin propagandístico o es un fiel relato de lo que ocurrió de verdad. Como dice Goldsworthy, no hay que dejar de lado las cartas que enviaban constantemente los oficiales e incluso los soldados a sus familias y amigos, por lo que César tampoco podría inventar demasiadas cosas para que las leyeran en Roma sus votantes, quizá tal vez, desviar las culpas de ciertos errores o justificarse a sí mismo.
WEBGRAFÍA:
|
DOCUMENTAL: En la Línea de Fuego-Julio César, el conquistador de la Galia 2/5
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